Por Mario Alberto Estrella.- El odio se gana tanto con las buenas acciones como con las malas. Dijo Maquiavelo.
Sin importar el rey de turno, el tablero de ajedrez que es el poder mexicano, ha contado con piezas que más allá de cualquier cosa se mantienen en la jugada.
Dos alfiles que en su momento aspiraron a ser reyes, han estado ahí frente a nuestros ojos, operando diagonalmente, partida tras partida, pareciera que desde siempre.
Tanto Manuel Bartlett como Diego Fernández de Cevallos, pertenecen a un capítulo de nuestra historia que principalmente se escribe en las sombras, sus jugadas pocas veces ven la luz en su totalidad, sin embargo sus actos han llegado a poner en jaque literalmente al sistema.
Es una verdad tácita que Bartlet no es ningún angelito, si en algún momento fue un cisne pasó por el pantano y se marraneo a dos manos.
A decir verdad Manuel Bartlett ha resultado muy bueno en eso de ser malo. Pero no estamos aquí para enumerar sus andanzas, que ya a estas alturas llevan siendo de público conocimiento algunas décadas, razón por la cual su inclusión en el primer anillo del poder de Andrés Manuel ha sido duramente cuestionada desde el primer día.
Es necesario ser demasiado ingenuo para pretender que los entretelones del poder se hilvanan con buenas intenciones. Ya lo dijo Nietzsche La política divide a las personas en dos grupos: los instrumentos y en segundo, los enemigos. Entonces si Bartlett es sin duda un instrumento, ¿Por que su repentino valor? Tanto Andrés Manuel como sus opositores se han aferrado a esa pieza como si se tratase de una jugada decisiva en una partida que apenas comienza.
Siendo Manuel Bartlett un foco rojo que pudiera echar por la borda la cruzada anticorrupción de Andrés Manuel, ¿Por qué aferrarse a él?