Por Mario Alberto Estrella.- Todos hemos tenido contacto con una persona bipolar, esa que un rato te quiere y al siguiente te odia. Que con una mano te da y con la otra te quita.
Somos parte de una inevitable dualidad. La naturaleza misma nos predispone, somos protones, electrones y un puñado de neutrones.
En México tenemos al menos quinientos años luchando contra esa naturaleza.
Si bien el mestizaje se dio en la piel, en el mundo de las ideas nunca fuimos uno.
Lo que en un principio fue un enfrentamiento de criollos contra peninsulares, continúa vigente, cinco siglos después nuestras diferencias se dejan ver más que nunca, como una guerra entre tecnócratas contra populistas, izquierda contra derecha, chairos contra fifís.
Nada nuevo, son más de quinientos años de encuentros y desencuentros de dos culturas que no terminan por asimilarse.
Somos como piezas de diferentes rompecabezas… un matrimonio con diferencias irreconciliables.
Es como si habláramos de la existencia de dos Méxicos condenados a nunca coincidir.
Por un lado la Fiscalía General de la República denuncia al líder del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps y por otro un juez federal concede la suspensión definitiva a la orden de aprehensión en su contra.
Por un lado tenemos encarcelado al que probablemente haya sido el ex gobernador más nefasto de todos los tiempos y por otro el presidente de la república lo declara víctima de la corrupción.
Por un lado somos testigos de un criminal ecocidio, por otro lado nos dicen que tres mil litros de ácido sulfúrico vertidos al mar sólo hacen tantito daño.
Las redes sociales continúan siendo el campo de batalla entre “los fifís” y “el pueblo bueno”, mismas que explotan ante la menor provocación.
No importa de qué lado te encuentres, en ninguno de los polos hay cabida para la razón. Los que atacan lo hacen de la manera más baja y los que defienden, justifican lo injustificable.
A estas alturas nos quedan sólo dos alternativas:
Asumirnos como una nación plural y multicultural, que en este momento se encuentra intentando reescribir su destino y ejercer un poco de empatía para los que opinan distinto.
O subirnos al tren de los Sergios Goyri y Doñas Florindas para condenar a todas las Yalitzas a quedarse refundidas en la Guelaguetza, y terminar de una vez por todas por balcanizar este hermoso mosaico de razas y costumbres y cada quién para su rancho.
¿Tu que opinas?