A pesar del empoderamiento femenino
El arte de la normalización del abandono paterno
Por Ileana Peña Cid.- Hace muchos meses que no podía sentarme a ver dos películas de corrido, pero esta semana lo hice y el mensaje recibido es, a mi parecer, contradictorio.
La primera película que vi se titula El arte de amar: La historia de Michalina Wislocka (2017), dirigida por Maria Sadowska, es la historia de una ginecóloga y sexóloga polaca, que durante el régimen comunista en Europa del Este, intenta promover una sexualidad sana, placentera e igualitaria entre mujeres y hombres; a través de la publicación de un manual sobre la vida y práctica sexual.
Aunque la trama principal de la cinta es sobre las dificultades a las que se enfrenta la protagonista para poder publicar su libro, tanto ante las autoridades del Partido Comunista, como de la prensa y la iglesia misma, el subtema es la vida personal de Michalina Wisloka, caracterizada por la actriz Magdalena Boczarska.
Como tema secundario, o incluso podría ser tratado como un no-tema y más como un acontecimiento en la vida de la revolucionaria ginecóloga, el padre de su hija y supuesto hijo (no les voy contar demasiado, para que vean la película), los abandona después de anunciarles a los infantes, de una manera muy agresiva y poco afectiva, que se separará de su madre, al momento que le pide a ésta, que nunca más lo vuelva a buscar. Efectivamente, el padre no vuelve a salir en la historia, aunque más adelante y muchos años después, Michalina menciona que ella es la proveedora de su hogar y que no recibe ninguna clase de ayuda, también que su salario apenas y alcanza para ella y su hija.
Lo que me lleva a resaltar, por un lado, la brecha salarial. Ya que uno nunca se imaginaría a un médico hombre, especialista, sin dinero. Pero éste es otro tema que se tiene que abordar por separado. El asunto que quiero resaltar en ambas películas es la normalización del abandono paterno en cintas de empoderamiento femenino.
La otra película que vi se titula A pesar de todo (2019), dirigida por Gabriela Tagliavini, que trata de cuatro hermanas españolas con vidas y personalidades abismalmente distintas, que se reúnen en Madrid para el funeral de la madre y conocer que su padre biológico, no es el hombre que las crió.
Los cuatro padres biológicos, sabían que habían engendrado a alguna de las cuatro hijas de la señora Carmen, interpretada por la actriz Marisa Paredes, pero continuaron sus vidas, tan tranquilos, sin ninguna responsabilidad como progenitores hacia su hija, cualquiera de las cuatro que les correspondiera. Y parece, que este hecho no es un tema en la película, al contrario, uno de ellos tiene la desfachatez de decir que había cumplido su sueño de conocer a su hija, ya adulta, de más de treinta años.
Será que en este caso, el abandono de los padres es lo de menos, ya que la madre estaba casada con Pedro Domínguez (caracterizado por Juan Diego Ruíz) y sus hijas tuvieron una figura masculina presente. Pedro aún sabiendo no ser el padre biológico, cuidó, procuró y amó a cada una de sus hijas. Pero la negligencia de los otros cuatro hombres no tiene justificación y mucho menos puede ser tomada como un acontecimiento jocoso.
Esta segunda película podría ser todavía más cuestionada en cuanto a temas de género, la manera en que se representa a mujeres independientes, sexualmente activas y los estereotipos femeninos convencionales; pero como comenté anteriormente, la presente crítica se centra en la normalización de la renuncia de paternidad.
Pareciera que mostrar a mujeres empoderadas tanto sexual, como económica y, en el caso de la polaca, académicamente, minimiza el hecho de la renuncia voluntaria a la paternidad. Como si no fuera la gran cosa, algo tan común que ni siquiera se cuestiona o señala, y que una mujer fuerte se sobrepone a esto, como si nada.
A mí parecer, normalizar estas conductas merman el argumento del empoderamiento femenino, ya que una vez más deja a los hombres de lado, excluyéndolos de la responsabilidad intrínseca de la reproducción. Nuestra sociedad, cada día más feminista (nos guste o no, lo entendamos o no), requiere de hombres que cuestionen su masculinidad y el papel que ésta juega en su entorno y sobre todo en la familia.
De acuerdo al comunicado de prensa de 2018, titulado “Estadísticas a propósito del día de las madres (10 de mayo)” del INEGI, en México en 2014, 33 de cada 100 mujeres de 15 a 54 años de edad, con al menos un hijo, son solteras. Por otro lado, en cuanto a las cifras sobre los progenitores, nos encontramos que el tema de paternidad responsable “ha sido ignorado con demasiada frecuencia en las políticas públicas, en la recolección sistemática de datos y la investigación y en las actividades que promueven el empoderamiento de las mujeres”.
Considero que en la lucha universal por la igualdad de género, también debe estar presente lo concerniente a la paternidad, pero no como una obligación más de las mujeres feministas, sino a partir de una reflexión e involucramiento masculino. Y como hombres asumir la participación en la crianza de las/os hijas/os, a fin de modificar conductas basadas en estereotipos de género.
Quiero resaltar que aunque ambas películas son dirigidas por mujeres y los personajes principales son también femeninos, mi crítica no recae en ellas, sino en la normalización colectiva de conductas patriarcales nocivas tanto para hombres como mujeres, que no responden a nacionalidad, épocas, nivel de estudios y estrato socioeconómico. También, que la igualdad de género y empoderamiento femenino, se debe abordar con la misma necesidad que la paternidad comprometida, afectiva y presente, con el convencimiento de que el cine educa y promueve comportamientos sociales, los que pueden llevar a la verdadera ruptura del sistema patriarcal.